El día más feliz de mi vida
Venimos de muy, muy lejos
Para compartir contigo el sentimiento y el conocimiento de nuestra tierra.
Colombia es tierra de flores y mariposas.
Argentina tiene montañas, llanuras y ocio,
Francia tiene vino, arte, queso y moda.
Yo vengo de Taiwan, tierra de arroz y té,
plátanos, sandías, guayabas y mangos.
Hemos viajado por muchos pueblos,
Todavía quedan algunas calabazas congeladas del invierno pasado.
En el 2019 el Ministerio de Cultura de Taiwán motivó a los artistas para hacer intercambios culturales con latinoamericanos. Yo fui invitada al Festival MAGDALENA 2a GENERACIÓN en Argentina en abril y al XXVIII Festival de Mujeres en Escena en Colombia en julio. A cambio, en octubre del 2019, invité a Taiwán a: Ana Woolf y Marcela Brito de Argentina, Eléonore Bovon de Francia, Sofía Monsalve de Colombia y a Andre Pulls de Ecuador.
Este intercambio cultural no se iba a mostrar en un escenario teatral, sino que era una performance. Fui a aldeas remotas, donde rara vez hay extranjeros y le pregunté al jefe de la aldea, ¿cuál es la característica más distintiva de su aldea? Podía ser cantar, bailar, hacer té, la ceremonia del té o cualquier espectáculo folclórico, de este modo, cuando venían las artistas extranjeras, ellos podían presentarlo o mostrarles a los invitados cómo hacer algo.
Ana Woolf, Marcela Brito, Eléonore Bovon, Sofía Monsalve y Andre Pulls visitaron 10 pueblos en 10 días: aprendieron canciones / música Hakka cuando fueron a los pueblos Hakka; en un pueblo aborigen, aprendieron el baile del Sacrificio del Enano con campanitas en las caderas; y se unieron al tambor de león Hakka y la danza del león cuando fueron a hacer el intercambio cultural en una escuela primaria muy pequeña, ubicada en montañas remotas y que tenía sólo veinte o treinta estudiantes. Lo más importante fue el intercambio. En el proceso de intercambio, Ana Woolf interpretó al payaso Niki que trajo mucha alegría al público. Eléonore hizo un intercambió de canto con niños pequeños: los niños cantaron en mandarín, hakka o lenguas aborígenes y Eléonore aprendió canciones en mandarín, Hakka y otras lenguas aborígenes. Luego Eléonore cantó en francés y los niños cantaron en francés. Sucedieron cosas maravillosas. Los niños estaban tan involucrados que no les molestaba lo que no les era familiar.
Sofía de Colombia les enseñó a todos una canción sobre la selva amazónica. Esta canción tenía sencillos pasos de baile que eran similares a los pasos de baile de los pueblos indígenas de Taiwán. Durante el espectáculo, Sofía les pidió a los niños que invitaran a los animales del Amazonas para que juntos pudieran salvar el bosque. Esta parte no verbal hizo que los niños se emocionaran llamando a los monos, elefantes, tigres, leones y más, y al mismo tiempo, que nos sintiéramos todos amigos del medio ambiente y nos hizo pensar que todos somos iguales, somos parte de la tierra, nosotros somos los niños de la tierra y debemos proteger nuestro medio ambiente y salvar a la tierra juntos.
Marcela trajo algunas canciones populares argentinas únicas. Por ejemplo, llegamos a la aldea de Nan-Pu, un pequeño pueblo con menos de 200 personas. Debido a que el pueblo es tan limpio, la apicultura permite que todos tengan una buena vida. Marcela les cantó una canción de amor, una canción argentina sobre las abejas que transmite el amor por la naturaleza.
La parte más especial de la actividad fue un desfile en el campo de arroz. Los miembros del teatro Uhan Shii entregaron algunos accesorios a los participantes, Ana Woolf tocaba el acordeón, Sofía estaba sobre los zancos, Eléonore tocaba el violín, Marcela y Andre tocaban los tambores. Lo seguimos mientras Ana Woolf caminaba hacia el otoño de Taiwán, donde los campos de arroz estaban llenos de espigas. El campo de arroz verde con las canciones latinoamericanas y la música tradicional Hakka, hizo que el desfile contrastara y que al mismo tiempo, nos mostrara que todos somos iguales, niños de la tierra.
En el pasado en el campo de arroz solo había trabajo, trabajo muy duro. Pero esta vez, todas las personas, adultos y niños, vinieron al campo de arroz para divertirse. En las pequeñas aldeas de Taiwan, antes solo había música Hakka pero ahora también había música de Argentina, Francia, Colombia y Ecuador. La gente local nunca había tenido una experiencia de intercambio tan extraordinaria.
Tengo una historia mas. Cuando me comuniqué con los pueblos locales, uno de los pueblos se negó a participar cuando les pedí que preparasen música tradicional Hakka. Primero me dijeron que no eran buenos cantando. Luego dijeron que solo querían cantar canciones populares porque las canciones tradicionales de las montañas eran son solo para viejos y ancianas. Ya no les gusta el estilo. Incluso me dijeron que no se unirían y que sería mejor que no volviese al pueblo, pese a ello, volví a menudo. Cuando estaban recogiendo verduras, me puse a su lado en cuclillas y los ayudé en silencio; cuando vendían verduras, yo también ayudaba; Cuando fueron al karaoke, le pedí a su maestra que les enseñara canciones Hakka. Me sorprendió mucho que pudieran cantar fácil
mente canciones Hakka. Pese a que las canciones Hakka habían estado en su vida mucho tiempo y que las habían olvidado y considerado vulgares e indignas para intercambiar con artistas extranjeros, les resultaba fácil retomarlas y cuando ensayaron cantaban bien.
El día de la presentación, todavía estaban preocupados de que las canciones de la montaña Hakka fueran demasiado vulgares, y me preguntaron si podían cantar canciones pop modernas frente a los extranjeros. Pero yo no me di por vencida y ensayé las canciones Hakka tradicionales con ellos; al final, su canto fue muy enérgico y emocionante y obtuvo una cálida respuesta.
Con toda esa emoción, todos siguieron a Ana Woolf al campo de arroz, a ese campo con el que estaban familiarizados, y cada aldeano se conmovió de forma inexplicable. Había una aldeana que sostenía en sus brazos a un gallo m
ientras caminábamos hacia su campo de arroz , nutrido con su sudor. Ella me tomó de la mano y me dijo: "Ya-Ling, este es el día más feliz de mi vida".
Ya-Ling Peng
Taiwán
Traducido por Amaranta Osorio