Yo solía ser perfeccionista ...

Yo solía ser perfeccionista. Eso no significa que todo mi trabajo creativo se acercara al nivel de perfección que yo misma me exigía, sino que bloqueaba muchas ideas creativas y espontáneas por el miedo a equivocarme, a no dar la talla.

Hasta que hace un año nació mi hijo Leo.

Llegar a tenerlo en mis brazos fue el resultado de varios años de intentos, fracasos y mucho dolor. De alguna manera había algo en mi más fuerte que el miedo: un amor inmenso hacia ese ser que todavía no conocía  y que me daba un valor que nunca había tenido antes: a intentar varias veces y fracasar y por ello ser muy vulnerable. Muy imperfecta.

Nunca me imaginé que ser madre fuera a influir tanto en mi trabajo como artista. Gracias la maternidad experimenté en mi cuerpo, mi mente y mi espíritu lo que significa dejar fluir  la vida a través tuyo tal como es.

Para que las ideas creativas que llevo en mi interior puedan convertirse en algo, tengo que dejarlas nacer así: moradas, arrugadas, gritando y  dependientes de mi para cuidarlas y ayudarlas a crecer y transformarse en lo sea que serán. Y eso necesita trabajo, presencia, paciencia y sobretodo mucho amor. Y donde hay amor no hay miedo.

En esta época me dedico a cuidar de mi hijo y de mi caótica casa y a ser eficiente con el poquísimo tiempo que me queda para mi trabajo artístico. Continúo con mi investigación vocal, terminé mi maestría en musicoterapia donde utilizo la vibración y el canto en el campo clínico y terapéutico. Y le canto a mi hijo.

Ahora me siento más libre, tomo más riesgos y claro, me equivoco más como artista y como mamá. Y eso sí que es perfecto.