Hablar, pensar, concebir en femenino en escena. Parte I

Hablar, pensar, concebir en femenino en escena.

 

Parte I

Cuatro puntos claves del trabajo escénico que se transforman cuando pienso en femenino: relación actriz-espectadora, energía de la actriz, misticismo en el escenario y la trasmisión de conocimiento (relación maestra-alumna).

“Sólo existe lo que nombramos”

 

Hace diez años (tal vez un poco más), comencé a leer el libro “Piedras de agua” de Julia Varley y desde la introducción me hizo reflexionar al prevenirnos que el libro está escrito en femenino y para ello nos habla de su necesidad de nombrarse en femenino como un acto de visibilización entre nosotras mismas. Cuando pide a los hombres no sentirse excluidos en el lenguaje femenino en un intento de hacer genéricos el vocativo femenino, me pareció un acto político importante, una acción de contrapeso a todos los años en que el teatro ha sido escrito en masculino: actores, directores, dramaturgos, escenógrafos, iluminadores, productores… donde teníamos que sentirnos incluidas, aunque no se nos nombrara. ¿Cómo reaccionan los hombres de teatro cuando se les pide lo mismo, sentirse incluidos cuando el vocativo es del sexo contrario y escuchan: actrices, espectadoras, directoras, escritoras, iluminadoras, etc.? La verdad, no sé qué pasó con ellos, pero me dijeron que están deconstruyéndose. Ojalá así sea, porque ese, es trabajo suyo. Sin embargo, la provocación que hace Julia en su introducción me parece fundamental para plantearnos la manera en que vamos nombrando y registrando la historia de nuestro trabajo en el arte. Eso pasó hace diez años (tal vez un poco más) y todavía me quedan resonando algunas de sus palabras: “Escriban, mujeres, escriban, registren sus trabajos, es la única manera de escribir nuestra historia” *[1].

Diez años después del encuentro con Piedras de Agua, comienzo un trabajo de investigación, y como ejercicio personal de deconstrucción del pensamiento, me propongo escribir todo lo referente al trabajo en femenino. No solamente lo que será el resultado final, también los apuntes, las notas, los registros, etc. Y desde el primer día que comencé con el ejercicio, cambió por completo mi relación personal con la investigación, desde un plano general y con los objetos de estudio en particular: relación actriz-espectadora, la concepción de deidad, etc. El objetivo de la investigación sigue siendo el mismo, sin embrago, el universo que lo rodea, sus circunstancias y algunas de sus condicionantes cambiaron al momento de concebir el trabajo teatral desde lo femenino.

En este sentido, los aspectos y conceptos que cambiaron a raíz de esta concepción y la reflexión en torno a ella, son muchos; sin embrago en este escrito me centro solo en cuatro que creí importantes porque inciden directamente en el trabajo escénico. Estos principios ponen de manifiesto, lo distinto que puede ser el mundo cuando lo nombramos y nos nombrarnos con él. Y ellos son: la relación actriz-espectadora, energía de la actriz, misticismo en escena (relación con lo divino) y transmisión de conocimiento (relación maestra-alumna).

 

RELACIÓN ACTRIZ-ESPECTADORA

Generalmente para nombrar a alguien de la audiencia en un espectáculo decimos espectador y pensamos en una persona del sexo masculino. No importa que tan feminista me haya yo desarrollado, al nombrar en masculino, mi mente concibe y predispone a mi cuerpo para relacionarse con una energía masculina. Sin embargo, si yo nombro en femenino, mi predisposición energética cambia y, por ende, la relación que se da entre la persona que actúa y aquella que presencia el espectáculo ya que, la relación se da en un espacio que les es propio a ambas, que ellas construyen y que las incluye. Un espacio compartido propio, muy distinto de aquel que pensamos cuando nombramos y nos relacionamos a partir de conceptos heredados del mundo masculino. En ese sentido, el concepto que encuentro más peligroso es competencia: los hombres se relacionan desde la competencia y el enfrentamiento ¿y nosotras? ¿Tenemos que seguir ese patrón para relacionarnos entre nosotras y en el escenario? No hay que olvidar que, la naturaleza femenina nos propone mejores maneras de convivir y relacionarnos que salen a flote cuando concebimos al mundo en primera persona, en femenino, porque nos incluye. (El mundo Magdalena es un oasis en ese sentido).

Así también, mi postura como investigadora cambia, desde el momento en que nombro en femenino, pues de pronto me doy cuenta de que estoy inmersa en el mundo que estoy estudiando. En el teatro, generalmente cuando se habla de energía, se alude la energía masculina, la que impone, la que se “enfrenta a un público” pero ¿qué pasa cuando pensamos en la energía de una actriz? ¿cómo es? ¿cómo la dirijo y la canalizo? Un gran campo que comenzamos a explorar.

 

La dirección y la dramaturgia hechas para una interlocutora

 

Cuando hacemos teatro  en el teatro “de hombres”, siento que las mujeres tenemos la necesidad de explicar nuestro universo para que sea entendido por el universo masculino: me dispongo a hablar para un interlocutor hombre (como un trabajo de pre-producción de significación). Sin embargo, al pensarme hablando con una interlocutora, mi discurso toma una forma completamente distinta, pues quien me escucha comparte el mismo universo que yo, por así decirlo, y no hace falta explicarlo. Esto me libera del trabajo que implica la traslación de mi discurso de un lenguaje femenino a uno masculino permitiéndome centrarme en lo que digo y como lo comparto.  Desde la dramaturgia y la dirección creo que las mujeres estamos trabajando por encontrar formas y discursos que sean propios a nuestra naturaleza. Nos falta mucho camino por andar pues lo que está registrado está hecho por hombres. Sin embargo, es urgente construir esas formas que nos sean propias, son urgentes no solo para el teatro sino para la vida misma.

 

LA ENERGÍA DE LA ACTRIZ (LA ENERGÍA FEMENINA EN ESCENA)

 

Energía se define como la capacidad de realizar trabajo, de producir movimiento, de generar cambio, sin embargo, en occidente cuando escuchamos el término energía, nos remite casi siempre, a cualidades que asociamos con lo masculino como fuerza, dinamismo, poder; incluso, rapidez. Y olvidamos una concepción más global e integral de la energía, donde la afirmación del ser no implica la negación del otro. Poseer determinadas cualidades no indica la negación de su contrario. Al nombrarnos, podemos hablar de un concepto más universal de energía, como las cualidades tāṇḍav y Lāsya en la India o Ying y Yang en China; cualidades que se le han atribuido a uno u otro género pero que están presentes en todos los seres vivos. El uso de estos conceptos tan antiguos no pone solo de manifiesto la existencia de dos energías, si no la posibilidad de ser algo y su contrario al mismo tiempo: somos masculino y femenino, bueno y malo, tenemos la posibilidad de ser todo. Por lo tanto, SER ALGO ESPECÍFICO EN UN MOENTO DETERMINADO, NO NOS RESTA LA POTENCIALIDAD DE SER TODO. Ahora, reconocer estas potencialidades como distintas formas de ver y ser es un paso enorme para la integración de los distintos mundos que existen, poniendo de manifiesto que las preguntas no tienen una única respuesta.  

Me encanta esta idea de múltiples respuestas, de escapar de la estructura binaria impuesta históricamente, que al validar algo niega o hace desaparecer lo que es contrario. Como si el hecho de ser fuese una cuestión territorial, de lucha e imposición. Por ello, es importante nombrarse y reconocernos: distintas e iguales; validando todos los mundos posibles de quienes habitamos esta tierra.

Escrito por Eugenia Cano, Guanajuato, Gto a 2 de marzo de 2021



[1] Tal vez no son exactamente las palabras que dijo, pero ese era el sentido.